lunes, 26 de diciembre de 2016

06.34

Duerme bajo un techo, por eso no es una sin techo, pero sí. Hay casas abandonadas que nadie conoce pero ella sí, no piensa pero sabe y por eso conoce más.

06.34 Se despierta en un cuarto apenas iluminado con olor a humedad. Se levanta automáticamente, sabe los bares que prefieren dar la comida a tirarla, o que cuelgan las sobras de la noche afuera en una bolsa, o los que le darán un café que cobraron 10 veces más de lo que cuesta y ganar esos x9 le dicen caridad. Ella no piensa eso, ella ya no piensa, llega un momento donde un papel no se dobla más (10 veces) y con las personas debe haber un límite para quebrarse, más de ahí siguen o no, pero ya no se piensa.

sábado, 30 de abril de 2016

Mateo y Alicia

Once de la mañana. En Sydney los bares empiezan a cerrar, hay tres jóvenes sentados en la guardia de un hospital, otro está en una camilla. En Etiopía es la hora de más calor en del día, treinta y cinco grados, tres jóvenes se juntan bajo un árbol.


- Cuando tenía 7 años me picó una abeja y me sentí re mal.
- ¿Sos alérgica?
- No, pero estaba llorando y mi tío Alberto me dijo que la abeja la pasó peor, porque cuando pican se mueren. Me lo dijo riéndose y yo me sentí mal por la abeja. Antes mi mamá me había dicho que me había picado por tonta, porque seguro le hice algo, que las abejas son inofensivas.
- Pobrecita - la abraza. Ella lo saca.
- Salí, me dio pena que se muera.
- ¿Te sentiste culpable por lo que dijo tu mamá?
- No, qué sé yo, no me acuerdo. Me acuerdo que intenté buscarla para enterrarla y no la encontré
- ¿no te dolía la picazón?
- Sonríe - se dice picadura, sí, pero no decía nada porque habían dicho de llevarme al hospital y yo quería encontrar a la abeja.
- Siempre cuidás todo, sos hermosa desde chiquita.
- Risas - Tonto.
- ¿Estás llorando?
- Un poco.
- ¿Por? ¿Te acordaste de tu abuelo?
- Sí, có..
- la abraza - Linda, no llores. - le acaricia la cabeza.
- Perdón
- Sh.
- No me calles - se ríe.
- ¿Querés que te cocine y vos mirás tele en la cama?
- Sí y papa fritas.
- Compradora, ahora voy.
- ¡Ya! - Le da un beso apretando fuerte contra los labios y desaparece, se escucha la corrida en patas hacia el baño.

martes, 22 de diciembre de 2015

El viejo se ponía nervioso los días de visita, según Beatriz, la enfermera más vieja, al principio lo visitaba un hombre joven con una mujer mayor, pero que no eran el hijo  y la esposa. Beatriz no se acuerda, cree que era un sobrino o un nieto, pero ya había pasado más de seis años de eso, cuando las visitas se recibían en el patio.


El viejo intentaba disimular sus nervios con chistes, pero se quedaba inamovible en la cocina mirando hacia el salón que era el punto de encuentro. Ahí se abría un punto neutro entre lo cuerdo y la locura, el libre tránsito y el encierro, entre los que creen entender el mundo y los que saben que no. Mateo y el viejo estaban a un costado de todo eso, mirando. Mateo mira cómo algunos internos ocultan que se aburren con sus parientes, otros se portan como niños. El viejo mira nervioso como hacen los gorriones, ojea cada grupo y la puerta sucesivamente. Los parientes de Herminia (“Con ese nombre como para no estar loca” decía Gisella, una enfermera joven y bruta) niegan su locura. Herminia debe tener 70 años o más, es de gestos suaves y pestañas entrecerradas, los tres (ella y un hombre y una mujer de entre 45 y 60 años que la visitan) hablan despacito y con un tono dulce, cada tanto hacen un chiste y los segundos posteriores levantan un poco la voz. Casi todos hacen lo mismo y se escucha un murmullo donde resaltan los golpes de la lengua en el paladar y las s( Sí, te extrañan mucho) eso y algunos silencios que tienen una presencia física y donde resalta una frase de una canción de hace unos años que dice “que nadie está muerto”. Hay una mujer mayor que mira al único interno joven pero no se hablan. “La locura es la incapacidad de comunicarse” dice la psicóloga de ahí cuando necesita una definición académica pero corta. La mayoría del tiempo miran para abajo, parece que se comunican en contra de su voluntad. El Viejo que lo ve a Mateo mirándolos le dice ”la madre está de incógnito acá”. Se ríe con malicia. “Está más loca que todos nosotros juntos, pero se hace la otra, antes hacía unos escándalos de ‘¿Por qué, Carlos? ¿Qué hice mal para que me hagas esto?’, pero ya la advirtieron, en el bolso tiene pastillas de todos los colores, cuando estaba Víctor le robaba y después repartía”. “¿Quién es Víctor?” pregunta Mateo, “Un chorro que trajeron un tiempo desde la comisaría, no era chorro, era loco como nosotros y en la comisaría no quisieron ponerlo con la pesada, además parece que le robaba cigarrillos a los milicos”. Se callan porque los parientes de Silvia se empiezan a despedir, Silvia cree que su hijo vive, sus parientes la tratan de convencer directamente, y en contra de las órdenes del psicólogo, de que murió. Por suerte no les cree, les pregunta cómo le está yendo en la escuela. Mateo mira a Carlos y su madre que siguen sin hablarse, no quiere perderse la despedida, piensa que “pasó de gritarle a  no hablarle ¿gritar es parte de la locura o de la cordura exacerbada? ¿La cordura es otra forma de locura?”. La madre se para, se inclina sobre la mesa para llegar a su hijo, lo toma con una mano por debajo de la mandíbula y le da un beso, un gesto demasiado dulce para lo que Mateo esperaba.

El viejo está más nervioso que antes, cuando se levantan los parientes de Herminia, el viejo salta como un resorte haciendo chillar las patas de metal de la silla y sale para el patio atropellando todo en su camino.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Melina

Melina entra al baño del boliche. Sabe cómo vomitar, pero no necesita trucos. El olor a humo y a alcohol caliente que emana el piso pegajoso le da arcadas. Se encierra en uno de los baños. Por la puerta se siguen filtrando los graves de la música electrónica que le retumban en la cabeza. Se pone en cuclillas con las rodillas separadas por el inodoro y la cola apoyada en el borde de las botas.


Le llega la segunda arcada, después siente la rigidez en lengua y el paladar, el calor ácido subiendo por la garganta con gusto a trago barato y cerveza, que al salir le oprime los ojos y le tapa los oídos. Siente el líquido grumoso fluir quemándola, escucha como entra con violencia al agua con cierto retardo, como si viniese desde otro lado.

Abre los ojos y vuelve a tragar, siente el aire viciado con sabor ácido, la parte posterior de la lengua traga en falso. La sorprende el segundo vómito, le vuelve a cerrar los ojos y los oídos y parece obligarla a concentrarse en los grumos y líquidos ácidos rozando su lengua y el sonido lejano que vuelve a golpear en el agua.


Escupe.

Toca el celular dentro de su cartera, las llaves y la billetera. Levanta el brazo hasta el botón del baño sin levantar la cabeza y aprieta. Le duele la lengua. Tiene la boca agria y calurosa, y algo sólido presiona en su garganta. Pasa la lengua por los dientes y escupe. Siente frío el labio superior y, al secarse la boca, se da cuenta de que parte del vómito también le salió por la nariz. Le cuesta ver nítido el inodoro, donde sigue flotando esa mezcla de grumos multicolor que remolinea en círculos empujada por un chorrito de agua débil y constante.
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Se pone de pie y queda apoyada contra uno de las paredes del baño. Baja y acomoda la pollera. Empuja la puerta y el envión la hace chocarse el marco. Queda así un rato, apoyada con su hombro en el marco, no le duele. Al salir por la puerta principal del baño le llega la música y una ola de calor que le hace cerrar los ojos y echar para atrás la cara. Camina arrastrando los zapatos hasta donde están sus amigas. 

Alicia la ve primero y se le acerca:
¿Estás bien, boluda?
Sí. lo voy a llamar a Juano para vernos.
Meli, boluda, no. Mirá cómo estás. Se van a pelear y vas a terminar llorando.
—Estoy bien, boluda, dejame.

Melina va hacia la salida apoyándose contra las paredes, un patovica la detiene cruzándole un brazo en su pecho.
¿Flaca, estás bien?
Melina lo manda a cagar y, pronunciando demasiado las eses y las des, dice algo como que no se haga el bueno para cogérsela porque a la entrada son unos fachos hijos de puta con todos.

Mientras se aleja la tratan de drogadicta, pero las voces se pierden junto a los beats electrónicos de la música. Melina cruza la calle y se sienta en el cordón del otro lado, a sus espaldas pasa arroyo. Está acurrucada con su celular entre las manos, en la posición en la que comen los roedores. La luz de la pantalla se refleja en sus lágrimas, se lleva el celular a la oreja. La música le perjudicó los tímpanos y grita:
Hola Juano. ¿No me venís a buscar?.
Lo primero que no escucha es “¿Quién es?”, y recién empieza a entender las palabras cuando le responde:
¿Estás en pedo? Estoy acá con los chicos. Mañana nos vemos, si estás mejor. No te pongas en boluda, beso.
Melina mira la pantalla de su celular, no hay rastros de la llamada, solo figura la hora: 4.36. Llora para afuera y la ciegan las luces de los autos que pasan. Mira fijo los faroles de los autos, se imagina siendo atropellada por cada uno. Se acuerda del auto de su papá. Vuelve a mirar el celular. Piensa en llamar a su psiquiatra, no por instinto de supervivencia sino porque todavía es una chica buena. No quiere que la internen. Su familia no quiere internarla. Los psiquiatras sí, dicen que va a empeorar dejándola libre.

Se levanta y camina a la vera del arroyo que se encuentra dos metros hundido del nivel de la calle. Escucha a los borrachos que gritan y a los sapos que croan. Se desvía hacia su casa porque todavía es una chica buena. Lleva las manos en los bolsillos de la camperita, una apretada en el celular; la otra, en un atado de cigarrillos, ambas transpiran.

Va mirando hacia abajo todo el tiempo, la sorprende el césped de la plaza. Le llega un viento fresco y llena los pulmones de aire todo lo que puede. Vuelve el sabor ácido de haber vomitado. Saca las manos de los bolsillos y abre los dedos hasta que le tira la piel mientras afloja el cuello con los ojos cerrados. Aparecen millones de luces débiles que dan vueltas en sus párpados. No tiene ganas de volver a su casa, busca un banco y se sienta. Se queda mirando un rato la luz de los faroles de la plaza, le parece demasiado amarilla, y todo parece artificial y antiguo, como si fuera una película.

Seca el sudor de la pantalla del celular contra su remera y repasa toda su lista de contactos, busca a alguien que pueda pasar a buscarla. No encuentra. Los que podrían, le costaría demasiado caro al otro día y ya se siente mejor. Guarda el celular y saca el atado de cigarrillos, mete los dedos apartando los puchos hasta sacar un porro que estaba en el fondo. Revuelve el bolsillo buscando el encendedor. No lo encuentra. Lo perdió. Revuelve la cartera y encuentra una caja con fósforos. Saca un fósforo y lo raspa 3 veces hasta que se quiebra. Lo tira lejos. Agarra otro. Cuenta con la vista, hay 4 que sirven y varios quemados. La segunda vez que lo raspa, se prende. Amaga con apagarse, pero no. Mantiene el porro en la boca y, cerrando los ojos aspira muy fuerte para asegurarse de que no se apague. El humo le quema la garganta y se mezcla con la sensación del vómito, hasta hacerla toser. Fuma, con los ojos cerrados.

¿Qué hacés acá? Dice desde atrás una voz grave impostada. Melina se da vuelta y ve al guardia de seguridad privada. Le contesta:
Nada. Ya me voy.
El guardia la agarra del brazo.
Soltame. Soy del barrio. Dejame en paz. Lloriquea, pero el guardia no dice nada ni la suelta. Melina intenta salir corriendo, y el guardia la tironea. A Melina se le aflojan las piernas, la vista se le queda en negro y el sonido dura un segundo más, luego todo desaparece.

Melina despierta en la camilla. Reconoce la lámpara amarilla del parque. Gira la cabeza. Ve al guardia hablando con su padre. Entiende que el policía dice haber llegado después de las convulsiones o que se acercó por eso, que por suerte en la agencia le enseñan primeros auxilios, pero no habla del porro. El señor Fernando Roseda le da la razón y le agradece. Le explica al guardia y a los médicos que a veces le pasa eso, que es una enfermedad hereditaria, que es por parte de su madre. Melina no escucha cuál es el chiste, pero todos ríen. Siente las arcadas.

martes, 17 de noviembre de 2015

Alejandro y Romina

Lo despierta la alarma a las 7.00, besa a su esposa que se está incorporando de a poco y entra al baño y prende la ducha. Enciende el televisor mientras se seca. Hace 17,5 grados. Escucha sin prestar atención una mujer a la que le entraron en la casa, mira dos veces la hora pero la olvida casi instantáneamente, la tercera vez la mira con algo de fastidio, 7.21. Romina, su mujer, aparece con dos tazas de café y le alcanza una, el toma la taza sin mirarla y ella le dice:
- Acordate que hoy viajo y vuelvo el jueves.
- Sí ¿A qué hora salís?
- 12.45
- No te veo entonces, que tengas buen viaje - hace como una sonrisa y apenas la mira - vamos a la cocina.


Alejandro apaga el televisor al salir del cuarto y sale acomodándose la corbata con el celular en una de las manos y la taza en la otra. Deja ambos al costado de las tostadas cuando llega a la cocina y prende un televisor más chico que tienen empotrado en las alacenas.


Come dos tostadas con mermelada y queso, mientras su esposa le cuenta cosas del trabajo que él apenas escucha para contestar algo que permita continuar la charla. A las 7.45 besa a Romina repitiendo buen viaje y se va para el trabajo.


A las 13.16, según la pantalla de su celular, Alejandro abre la puerta de la casa. Al cerrarla queda estático, la casa está vacía, parece que se desactivó apenas se cierra la puerta; queda 5 minutos quieto. Luego va hacia la cocina y prende el televisor mientras busca algo de comer en la heladera.