martes, 22 de diciembre de 2015

El viejo se ponía nervioso los días de visita, según Beatriz, la enfermera más vieja, al principio lo visitaba un hombre joven con una mujer mayor, pero que no eran el hijo  y la esposa. Beatriz no se acuerda, cree que era un sobrino o un nieto, pero ya había pasado más de seis años de eso, cuando las visitas se recibían en el patio.


El viejo intentaba disimular sus nervios con chistes, pero se quedaba inamovible en la cocina mirando hacia el salón que era el punto de encuentro. Ahí se abría un punto neutro entre lo cuerdo y la locura, el libre tránsito y el encierro, entre los que creen entender el mundo y los que saben que no. Mateo y el viejo estaban a un costado de todo eso, mirando. Mateo mira cómo algunos internos ocultan que se aburren con sus parientes, otros se portan como niños. El viejo mira nervioso como hacen los gorriones, ojea cada grupo y la puerta sucesivamente. Los parientes de Herminia (“Con ese nombre como para no estar loca” decía Gisella, una enfermera joven y bruta) niegan su locura. Herminia debe tener 70 años o más, es de gestos suaves y pestañas entrecerradas, los tres (ella y un hombre y una mujer de entre 45 y 60 años que la visitan) hablan despacito y con un tono dulce, cada tanto hacen un chiste y los segundos posteriores levantan un poco la voz. Casi todos hacen lo mismo y se escucha un murmullo donde resaltan los golpes de la lengua en el paladar y las s( Sí, te extrañan mucho) eso y algunos silencios que tienen una presencia física y donde resalta una frase de una canción de hace unos años que dice “que nadie está muerto”. Hay una mujer mayor que mira al único interno joven pero no se hablan. “La locura es la incapacidad de comunicarse” dice la psicóloga de ahí cuando necesita una definición académica pero corta. La mayoría del tiempo miran para abajo, parece que se comunican en contra de su voluntad. El Viejo que lo ve a Mateo mirándolos le dice ”la madre está de incógnito acá”. Se ríe con malicia. “Está más loca que todos nosotros juntos, pero se hace la otra, antes hacía unos escándalos de ‘¿Por qué, Carlos? ¿Qué hice mal para que me hagas esto?’, pero ya la advirtieron, en el bolso tiene pastillas de todos los colores, cuando estaba Víctor le robaba y después repartía”. “¿Quién es Víctor?” pregunta Mateo, “Un chorro que trajeron un tiempo desde la comisaría, no era chorro, era loco como nosotros y en la comisaría no quisieron ponerlo con la pesada, además parece que le robaba cigarrillos a los milicos”. Se callan porque los parientes de Silvia se empiezan a despedir, Silvia cree que su hijo vive, sus parientes la tratan de convencer directamente, y en contra de las órdenes del psicólogo, de que murió. Por suerte no les cree, les pregunta cómo le está yendo en la escuela. Mateo mira a Carlos y su madre que siguen sin hablarse, no quiere perderse la despedida, piensa que “pasó de gritarle a  no hablarle ¿gritar es parte de la locura o de la cordura exacerbada? ¿La cordura es otra forma de locura?”. La madre se para, se inclina sobre la mesa para llegar a su hijo, lo toma con una mano por debajo de la mandíbula y le da un beso, un gesto demasiado dulce para lo que Mateo esperaba.

El viejo está más nervioso que antes, cuando se levantan los parientes de Herminia, el viejo salta como un resorte haciendo chillar las patas de metal de la silla y sale para el patio atropellando todo en su camino.

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